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KILIM. II concurso I.V. V. S. A. Parcela 9A PAU Nº2. Alicante, 2000

 

 

© GUILLERMO GUIMARAENS IGUAL

  

“Dobló por una callejulela larga y recta, bordeada por tapias altas detrás de las cuales susurraban las palmeras y el agua borboteaba. De vez en cuando se amontonaba contra la pared una pila blanca de hojas secas de palmera. Cada vez creía ver un hombre sentado a la luz de la luna. La calle tortuosa la acercaba al sonido de los tambores; desembocó en una plaza llena de acequias y acueductos que corrían paradójicamente en todas direcciones; parecía un complicadísimo ferrocarril de juguete. Desde allí varios senderos llevaban al oasis. (…)”

               PAUL BOWLES 

 

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El concepto de hogar palpita desde la antigüedad como un extraño y enigmático ser vivo, mutando en sus múltiples y vertiginosas adaptaciones a los nuevos modos de vida para despertar hoy del sueño placido evolucionista angustiado por una terrible pesadilla, un mundo que parece ansiar arrebatarle uno de sus atributos más queridos, su propia esencia, su identidad. La imposición inevitable y conveniente de la estandarización ha despersonalizado nuestro espacio intimo vital homogeneizándolo de acuerdo con un patrón globalizador que nos obliga a empaquetar nuestra vida doméstica con un envoltorio que sentimos enésimo cubículo de un panal infinito. ¿Cómo huir de esta sensación de no sentir propio nuestro hogar? ¿Cómo huir del sabor de unos espacios que intuimos duplicados?

Eludiendo el hecho de la vivienda como único módulo, ésta nace de un cúmulo de unidades. Se origina partiendo de un paso más de disgregación del todo. Hablamos de células componentes de la vivienda, células básicas que recogen el testigo de nuestro mundo actual, asumiendo la necesidad de la estandarización pero que, partiendo de un nivel estructural por debajo del de la propia vivienda, permiten componer la misma como si de un ser se tratase, jugando con sus miembros de acuerdo con unos requisitos básicos de funcionamiento, cosiéndolos, adhiriéndolos para dar paso a un organismo unido que nos permitirá hacerlo nuestro, posesión de aquellos que ansíen ser acogidos por él.

           

Pero resulta preciso convencernos de que la vivienda no es únicamente un perímetro que nos envuelve sino una proyección más allá de unos lindes que, opacos, podrían resultar opresivos y, de excesivamente transparentes, mancilladores de una intimidad vital que también apreciamos. Debemos pues dar un inmenso vuelco para destejer el complejo recorrido hilvanado.

Todo nace de concebir el hogar como un cosido de sensaciones que nacen en el momento que conseguimos identificarlo. Es nuestro espacio privado, pero también el recorrido público que nos lleva a su interior y que, cuanto más personal y sugerente se desvela, más deseamos apropiarnos de él. También es nuestro el primer umbral, el umbral común, del mismo modo que los pasillos, los  núcleos de comunicación, las visuales y la luz… Que el acceso a nuestra vivienda se convierta en un paseo en el que se desvelan recodos, un suave espacio abierto, amplio, verde, una gran bocanada de aire o súbitas llamaradas de luz, nos convierte en privilegiados pues nadie puede, simultáneamente, duplicar tu vivencia en otro espacio. Y ese itinerario bordeando terrazas públicas, accesos lumínicos y protegidas piezas privadas pero legibles, nos permite evocar lejanas nostalgias de un pasado, un pasado ligado a las tierras del sur y a las palmeras, a los pueblos de adobe protegidos del sol acumulando hogares entre frescas callejas que se retuercen concediendo ese carácter de novedad a cada recodo… Recuperar la identidad pasada remitiéndonos a secuencias de verdes tapices entre frescas viviendas protegidas del sol que, en su abigarramiento, conservan la esencia del sabor único.

Curiosamente, el edificio que se eleva sobre el suelo es separado de éste por una secuencia de piezas caídas, piezas que mantienen los trazos y la coherencia de respetar las necesidades de un sistema estructural que sustenta el todo, pero piezas expositoras que se agrupan delimitando recorridos desde las aceras al interior de manzana público, un recorrido comercial de tránsito al espacio interior de esparcimiento, el gran parque que permite a todas las fachadas interiores aspirar sus aromas para reproducirse en pequeñas bandejas en cada uno de los niveles del edificio, tratando de contagiar el verdor y la frescura.

A partir de estos conceptos, la gran pieza curva que constituye el edificio se convierte en una gran piel contenedora, como antaño la constituían las paredes y cubiertas de adobe y cañizo. Una piel de rejas de hierro que envuelve todo el volumen de vivienda consintiendo la apertura de sus paneles, unos paneles que, en función del espacio que representen, se abrirán al exterior exteriorizando su contenido. Paneles practicables en piezas basculantes horizontalmente con fijaciones para los espacios privados, verticalmente para los públicos, configurando tímidos aleros que dan vida a una piel que podría parecer hermética. Esta piel es la verdadera epidermis que protegerá de la agresividad solar.

Interiormente, la combinación de los diversos módulos respetando proporciones de 30cm, que permiten el idóneo acople estructural y funcional, va constituyendo las variadas viviendas que se generan adaptándose a la caprichosa forma delimitadora, viviendas en forma de dúplex o símplex cuyas células básicas, cocina, comedor, baño pequeño (espacio de inodoro y lavabo), baño grande (espacio de inodoro, lavabo y bañera/ducha), dormitorio simple, dormitorio doble y zona de estar, se combinan con las terrazas y vacíos entre plantas, constituyendo la rica secuencia del gran organismo común. La trama guía se dispone de acuerdo a la orientación idónea que evite la incomodidad de encuentros demasiado forzados derivados de la forma impuesta en curva, y ese orden interno de piel hacia las entrañas, respetando la pauta de la retícula, nos permite convertir a nuestro edificio en un aglutinador de los dos conceptos buscados, la estandarización y la riqueza de una búsqueda rigurosa de la particularidad de cada espacio, una variedad que derrota a la monotonía para alcanzar la verdadera vivencia y pasión por los espacios y los recorridos.

 Los espacios libres en cada planta permiten absorber los encuentros entre las trazas internas y la envolvente, y la pieza central del hogar, la zona de estar, se convierte en la única célula moldeable que busca siempre esa doble orientación, la unión con las partes más intimas de la casa y la mirada hacia un exterior propio, la terraza privada entendida como extensión de la zona de estar, corazón del hogar, y nexo a través de la permeabilidad de la piel y sus aberturas practicables hacia el exterior, el horizonte.

Las distribuciones interiores de la vivienda recuperan las claras diferenciaciones entre zonas de día y zonas de noche, estar, comedor, cocina y baño de día, se unen, bien en la misma planta, o bien a través de unas escaleras, en una planta superior, con los dormitorios, uno simple, otro de matrimonio y el espacio de aseo. Accesoriamente, aparecen apoyando a los recorridos internos alguna terraza, algún vacío que cosa las viviendas a dos niveles o, sencillamente, los nítidos recodos de los recorridos que identifican nuestro hogar.

Volviendo a emerger hacia una escala superior, conscientes de la estructuración interna de cada vivienda, comprendemos como la estandarización se lleva también a la disposición de los paquetes húmedos, disposición que siempre acompañará a los recorridos principales, apoyándose vertical y horizontalmente y favoreciendo los sistemas de evacuación y suministro mientras que las arterias de acceso a las viviendas desde los núcleos verticales estratégicamente dispuestos para segmentar los recorridos y favorecer el acceso o la evacuación, se convierten en los conductos de instalaciones que, desde los patinillos emplazados en dichos núcleos, van abasteciendo a las viviendas apoyándose a su vez en la sugerente presencia de las terrazas, siempre emplazadas en un intento de satisfacer los criterios de iluminación y ventilación natural.

 

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